Cruz y Blanco Arquitectos
Créditos fotográficos: Cruz y Blanco Arquitectos
El edificio se configuró proyectando un templo de forma orgánica, que acoge a los feligreses en una planta circular, ampliable mediante puertas laterales, permitiendo “girar” la iglesia de la posición natural que habría tenido desde las preexistencias del terreno (pabellones y estacionamientos) para que quede orientada.
Del cilindro central nacen dos extensiones o brazos que lo envuelven y amarran al terreno: uno recibe a las personas que acceden desde el estacionamiento, albergando el atrio y confesionario en su interior, y el otro esconde la sacristía. Desde estos brazos se desprenden las pasarelas que, a modo de paseo, unen con el pabellón existente.
La materialidad se resolvió mediante tres densidades: la primera, muros de madera de tablas verticales de tres metros de alto que contendrían la nave-cilindro del templo y favoreciendo la calidez y el recogimiento buscados para su interior.
Otros muros curvos de madera, con tablas horizontales, formarían los brazos que envuelven el cilindro y contienen el resto del programa. La segunda sería la transparencia de los vitrales, cilindro de luz y formas sobre el de madera y hasta el cielo. La tercera densidad vuelve a ser madera, pero esta vez secciones de 2×4” verticales separadas entre sí 10 cm como celosía para regular el paso de la luz hacia el cilindro de cristal y a la vez dar una imagen exterior al edificio totalmente de madera.
Por último, la cubierta se resolvió con dos aguas inclinadas hacia el oriente, recortadas en planta en forma de mandorla litúrgica que contiene el cilindro interior dando al edificio un aspecto similar a una barca en movimiento.
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